Familias cubanas enfrentan discapacidad y pobreza sin apoyo estatal
Una realidad silenciada: vivir con discapacidad en Cuba
En los rincones más humildes de Cuba, miles de familias luchan cada día contra una doble carga: la pobreza extrema y la discapacidad de alguno de sus miembros. Lo más desgarrador de esta realidad es que muchas veces no cuentan con el respaldo necesario del Estado, a pesar de las promesas oficiales de inclusión y justicia social.
Niños, jóvenes y ancianos con discapacidades físicas y mentales viven en condiciones que rozan la indigencia. Sus cuidadores, principalmente madres y abuelas, se ven forzadas a dejar cualquier posibilidad de empleo para brindarles asistencia constante, lo que las convierte en uno de los sectores más vulnerables de la sociedad cubana.
Historias que reflejan una crisis silenciosa
Casos como el de Danay Aguilar, una madre holguinera que cuida sola a su hijo con parálisis cerebral, exponen la fragilidad del sistema de asistencia social en la Isla. Danay vive sin electricidad desde hace años y ha tenido que recurrir a la ayuda de familiares en el extranjero para subsistir, ya que el Estado apenas le proporciona un mínimo de asistencia ocasional e insuficiente.
O el de Dayamí Castro, cuya hija sufre de síndrome de West, una enfermedad neurológica grave. Tras la muerte de su esposo, esta mujer ha intentado por todos los medios encontrar apoyo institucional, sin éxito alguno. El asesoramiento, la ayuda económica e incluso el acceso a medicinas han sido prácticamente nulos.
Carencias más allá de lo económico
La falta de atención no es solo financiera. Muchas de estas familias se enfrentan a la ausencia de:
- Medicamentos esenciales para el tratamiento de sus seres queridos.
- Asistencia médica especializada que debería garantizar el sistema de salud.
- Equipamiento básico como sillas de ruedas, camas ortopédicas o pañales desechables.
- Acceso a centros educativos adecuados para niños con necesidades especiales.
Además, las barreras arquitectónicas de los barrios cubanos hacen aún más complicada la vida diaria de las personas con discapacidades, quienes muchas veces están prácticamente recluidas en su hogar. Las calles sin aceras transitables, las escaleras imposibles de evitar y la falta de transporte adaptado condenan a estas familias a la exclusión.
La soledad institucional: promesas vacías y respuestas burocráticas
La mayoría de estas familias reconocen que el Estado cubano realiza diagnósticos, incluso visitas sociales, pero rara vez brinda una solución concreta. Los trámites para obtener subsidios o ayuda alimentaria son largos, confusos y muchas veces terminan en negativas sin explicación.
Organismos oficiales como el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social y las dependencias de Asistencia Social entienden las situaciones, pero reconocen que “los recursos son limitados y no dan abasto”. Esta frase, cada vez más común, se ha convertido en la respuesta más frecuente a quienes solicitan ayuda.
Solidaridad ciudadana e iniciativas informales
En ausencia del apoyo estatal, muchas familias sobreviven gracias a la solidaridad entre vecinos, la ayuda de iglesias o envíos desde el exterior. Estas iniciativas informales suplen (en la medida de lo posible) las necesidades diarias, mostrando una vez más cómo el pueblo cubano se sostiene unos a otros incluso en los momentos más difíciles.
También han surgido pequeños grupos de apoyo en redes sociales donde madres comparten consejos, medicinas y palabras de aliento, construyendo una red humana que el Estado ha sido incapaz de proporcionar.
¿Dónde está la responsabilidad del Estado?
La Constitución cubana y los discursos oficiales insisten en que nadie quedará desamparado. Sin embargo, la brecha entre el discurso oficial y la vida real se hace cada vez más grande. El caso de las familias con personas en situación de discapacidad es uno de los indicadores más claros de la falta de efectividad del sistema de protección social en Cuba.
Es hora de revisar no solamente las políticas asistenciales, sino también las prioridades del país, para garantizar que las personas más vulnerables tengan acceso a una vida digna.
Estas historias no son aisladas. Reflejan una verdad que se vive en cada provincia del país y que merece atención, acción y respeto. La discapacidad no debería ser sinónimo de abandono, y la pobreza no puede ser excusa de inacción.
Pueden leer el artículo original en el siguiente enlace: https://diariodecuba.com/cuba/1747307102_61108.html
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